diumenge, 9 d’abril del 2017

Marilena Conti


MARILENA CONTI

Alumna d'espanyol per a estrangers




AMAR EL ARTE, ¿POR QUÉ?

“Hay un instante mágico para el espectador de una obra de teatro: cuando por fin entra en ella. Puede suceder mientras lee la obra o en el teatro, frente al escenario”.

Algunas personas tienen amor por el arte porque crecieron en una familia de artistas, otras no se sabe bien por qué tienen semilla de artista en su propio ser. Yo empecé de niña a pensar que me gustaría ser bailarina o, en cualquier caso, pisar el suelo de madera de un escenario. De verdad, el arte, la palabra y el teatro han entrado en mí de una manera muy diferente.
Mi padre hacía reformas en la parte interior de los teatros, las tramoyas; y yo, mientras estudiaba en la universidad, trabajaba con él porque me fascinaba ese lugar mágico donde no hay ficción sino piezas de vidrio de vidas que se rompen y recomponen como en un caleidoscopio. Lo bueno era que podía entrar en los teatros cuando estaban vacíos o cuando los actores ensayaban, sin el brillo y sin los ruidos de los aplausos, solo sus voces que rebotaban desde la garganta al corazón o a la madera para volver a su escritor, una alma dada en préstamo. Yo me quedaba a mirar ese mundo, escuchando y saboreando el aire, respirando despacio para no hacer ruido.

Dos cosas subieron a mi corazón: la primera fue que yo sola, de toda la familia, comprendía y compartía el trabajo de mi padre, que no se reducía a ganar dinero. Y ese hilo que en el silencio nos unía se hacía más fuerte y, al mismo tiempo, mi pasión crecía. La segunda fue que sin saberlo, el pasear por ese lugar extraño, respirar el polvo, escuchar el sonido del suelo de madera, de las cadenas y cuerdas que subían y bajaban, mirar a los artistas que abrían sus corazones a mil emociones, todo eso era como recibir una herencia para toda mi vida.

Así fue como el alma y el arte empezaron a compartir mi vida, y los sueños llegaron a cubrir una realidad que no siempre podré agradecer porque, de verdad, es así: se hace arte para hablar con amigos imaginarios o para expresar una parte muy escondida de nosotros, se hace arte para hablar a los que no tienen sueños y se sientan en los patios de butacas para dejar pasar un tiempo en ellos -lo que sucede es que no puedes estar sentado en una silla y no venir tocado de ese aliento-, se hace arte para encontrarte a ti mismo en  otra persona, un trocito de ti mismo.

Voy a vivir en un personaje -lo que prefiero de aquella obra-, y no será el personaje quien se quede en mi alma, no. Será lo contrario, yo me voy a vivir en él con mi carácter, mis temores y mis sonrisas, y el milagro de esto es que va a nacer una persona nueva cada vez, todas la noches, todas la pruebas, todas la réplicas. Esto es lo que le pasa a un artista: renacer.

Yo tenía 18 años y me iba sola a lugares para mí mágicos como: los teatros, los cines o las salas de música. Iba sola porque normalmente los chicos de 18 años se iban a buscar chicas a la discoteca y no perdían el tiempo esperando encontrar la locura de Carmelo Bene, las oscuridades de Vittorio Gassman, las contradicciones de Eduardo de Filippo o el ruidoso ladrar del alma de Lavia, con todo el vecindario desesperado y vivo. Momentos de paz y de violencia verbal que se alternaban en el escenario y yo como una esponja, absorbiendo, elaborando y engullendo todas las palabras o imágenes que chocaban contra mi corazón.

Al final de todo, amo el polvo, el olor y el sonido vacío, el grito, la risa, el llanto; amo todos los lugares mágicos que un artista tiene por dentro y me encanta que en tan poco espacio se puedan desarrollar mil emociones humanas. Me gusta pensar que soy como Winnie, de Días felices de Becket, prisonera de un gran amor que quiero expresar de mil maneras diferentes, una prisión que llena el ruido vacío. Y si  quieres, podemos compartirlo y vivirlo juntos, en plena libertad porque todo esto sirve para dar y no para quitar,  para sanar y no para abrir heridas, porque solo sé una cosa: que nunca un acto artístico va a hacer daño. Los artistas tienen una herramienta en sus manos que puede ser peligrosa, nunca debe ser un cuchillo y siempre debe ser una palabra que sana aunque sea una verdad real y muy dura.

Per saber-ne més

Las comidas de las abuelas

No se por qué pero sabía que esta historia no me iba a caer muy bien. Después me acordé de que no siempre tienes dos abuelas, no siempre tienes abuelas que se aman, y también no siempre tienes abuelas que cocinan.

Yo tenía dos abuelas, lo que pasaba es que no se hablaban, no, mejor dicho,  nunca se conocieron ni encontraron, y no era porque vivieran lejos. Mi abuela paterna era milanesa, totalmente del norte, de pura raza, la última de los Carugati, dinastía milanesa de siete generaciones y decía que fuera del barrio donde nació y vivió (Porta Ticinese) eran todos “Terrones” del Sur. Para Edvige y su marido, Milán empezaba y terminaba alrededor de Porta Ticinese. Una mujer glacial, con porte austríaco, ojos azules muy claros, casi de hielo, pelo rubio y piel blanca y que tenía detrás una larga historia. Pero tengo que hablar de comida y, de verdad que ¡Edvige nunca cocinó para sus nietos! ¡Nunca nos invitó a comer a su casa! Íbamos a su casa para verla y saludarla, a veces ella cantaba porque tenía una voz de soprano. Yo escuchaba y aún hoy recuerdo las letras de las canciones que no estaban en italiano sino en milanés. Ella nos contaba la historia de principios del siglo XX porque nació al final del siglo XIX, y lo hacía preparando una taza de leche con una gota de café muy largo y galletas Oro Saiwa.
Nada más, esta era la comida para los nietos de mi abuela paterna que, a pesar de todo, tenía un sabor y un calor que nunca más he sentido. Era una leche muy densa, una leche auténtica que tenía por encima una pequeña capa de crema, bocado delicioso que se podría conseguir solo cuando se abría una botella nueva. Una sola vez y nada más. Era una leche de verdad, para los nietos, sin microondas, calentada con un pequeño fuego dentro de un mueble de madera, que no se hacía en un momento, necesitaba un tiempo. ¿Y qué decir de las tazas? Eran anchas, de porcelana blanca, de las que se toman con ambos manos. En Milán hacía mucho frío, y también en su casa, donde no había verano. Por eso, la leche que calentaba las manos era, pensándolo bien, una buena comida.

¿Y la abuela materna? Ah, ah ah, ella era una “ terrona” y yo soy una mezcla de sangre del norte y del sur, porque mi abuela era de Aversa, cerca de Caserta. D’Arienzo era su apellido como el de uno de los edificios históricos de Caserta. ¡De sangre noble y sin dinero! Mi abuela Magda vivía en un pueblo cerca de Milán y cocinaba muchísimo. ¿Sabéis cómo hace la gente del sur? Todo se resuelve alrededor de una mesa; la  felicidad y las tragedias, siempre y en cualquier caso comiendo.Y si era Pascua o Navidad la comida era muy especial, hecha de salsa que cocinaba durante horas, de “casatiello”, un pan especial hecho con harina mezclada con manteca de cerdo y por dentro tenía salami, queso, huevos -todos los que habían quedado abiertos en la nevera-.
Un sabor y un olor que no se puede olvidar. Y como eso muchas otras cosas, polpettone de ternera picada, anchoas en aceite. Mi abuela no tenía un plato especial, hacía una comida que influyó totalmente en mi cocina. Eran comidas eternas, que empezaban a la una y terminaban cuando estábamos cansados y ya era la hora de irse a casa. No era una comida, era un ruidoso congreso de familia durante el cual se podía pelear y también amarse y, en medio de todo este barullo, el que nunca se ponía nervioso era mi padre que sentado tranquilo y con pocas palabras se aprovechaba de todo lo que la mesa podía ofrecerle. Magda hacía la comida como para ofrecer lo mejor que tenía en su casa y ella también como Edvige cantaba, solo que lo hacía en napolitano. Por eso yo no hablo solo italiano, inglés y un poco de español, hablo y canto en milanés y napolitano, y como y cocino comida de Milán y de Nápoles.


POEMA

Ascolta

Se voglio piangere, lasciamelo fare.
Non devi fare nulla,
solo, tenermi dolcemente la mano.

Se voglio parlare, ascoltami.
Devo ricordare
per non dimenticare momenti preziosi,
fino a quando i pezzi di cristallo
torneranno a essere bicchieri.

Se voglio stare in silenzio, ancora ascoltami.
Siediti di fronte a me,
guardami in faccia,
i miei silenzi parlano di parole che aiutano a guarire.

Si è aperto un buco,
il mio cuore batte lentamente,
e, a poco a poco,
scopro una nuova forma di amore
fatto di un filo sottile
che ricama nuove storie,
per riempirlo.                               


Escucha

Si quiero llorar, déjame que llore.
No tienes nada que hacer,
solo sostén suavemente mi mano.

Si quiero hablar, escúchame.
Tengo que recordar
para no olvidar los momentos preciosos,
hasta que los trozos de cristal
se conviertan de nuevo en vasos.

Si quiero estar en silencio, una vez más, escúchame.
Siéntate  frente a mi,
mírame a la cara,
mis silencios hablan de palabras que ayudan a sanar.

Se ha abierto un agujero,
mi alma late lentamente,
y, poco a poco,
descubro una nueva forma de amor
hecho de un hilo finísimo
que borda nuevas historias,
para llenarlo.






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